Hatim, errante de oriente.
En el estaba el deseo de expurgar el miedo que entenebrecia su ser. Atendiendo a la enternecedora voz que guió sus pies hacia el encuentro, mientras que en sus pasos se marcaba la seña de un impugnado amor.
Ese divino ser, autor de la valía de muchos, persuadio por el jovial corazón desatando el caos que se encubria con el misterio de tu razón.
Inquirió en tu pagoda y por temor de sus semejantes cubrió su rostro, sumiso fue antes tus edictos y aún así a expensas de un Mercader fue vendido como nadería.
Esclavo vivió y como fugitivo, fui. Asilado en tierra de artífices, recibiendo el nombre de conciliador entre los nobles. Adquirió la memoria empírica de los eruditos.
Si te viera la noche y el cielo tenebroso te diera su ligero ser, andar en pos de su luz, guiarte en tu senda, eso anhela.
Esa voz que diluyó la memoria, liberando los sentimientos escondidos por el apego de su ley, acortó su respirar y asoló su casa.
Que por ese entrañable amor que profeso fue llevado al exilio, errante caminó cargando consigo el silencio y el castigo impuesto por el insensible juez que no atendió su razón.
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